martes, 16 de octubre de 2007

El reto

16 octubre

¿Me gustan o no me gustan? Tal vez no todos. Son traidores, interesados, no darían la vida por alguien, no saben que se puede hacer eso. Son traidores, interesados, cierto, pero también son melancólicos y solitarios y eso me gusta. Recuerdo bien a uno. El encuentro fue de niño, en el coro de una iglesia colonial. En mis andanzas por un convento franciscano, un día me tope con una escalera de piedra. Subí despacio motivado por la curiosidad infantil respirando un asqueroso pero romántico olor a humedad y guano. Iba adivinando los estrechos escalones, pues la única luz que entraba, era por unas ventanillas alargadas que se encontraban muy distanciadas una de otra. Me condujeron a una pesada puerta de madera que daba acceso a un salón amplio, era el coro. Éste no estaba en tinieblas, un ventanal en el centro iluminaba un órgano monumental y el sol jugaba con la sillería labrada que lo rodeaba. Ahí estaba, sentado en el piso, dándome la espalda. Me quedé parado sin moverme. Giró su cabeza y me vio fijamente. —¿Por qué no me teme? —Pensé. Un poco incómodo comprendí que esto no era cosa de temor, me estaba esperando. Lo que estaba a punto de pasar sólo la mente infantil lo puede comprender sin sorprenderse, lo sé porque ahora de adulto me cuesta trabajo creer que sucedió. Un poco intimidado por su presencia me senté en el banquillo del órgano para contemplar todo lo que tenía frente a mí. Caminó rápidamente sin dejar de verme y saltó para posarse en el teclado del órgano, quedando muy cerca de mí. Me miraba fijamente a los ojos. Me enfurecí, esto era claramente un reto. — ¿Qué me ves? —Pensé. Abrí los ojos grandes como la luna porque me contestó, pero sin mover la boca, lo oí en mi cabeza. —Los ojos no pueden ocultar quien eres ni cuanto has sufrido. —Fue lo que me dijo. Esto me enfureció más y pensando fuerte como un grito interno le dije —Yo también puedo ver cuanto has sufrido y que eres un tal por cual. Estuvimos mucho tiempo mirándonos, a ratos sentía perder, se me llenaban los ojos de lágrimas y casi no podía ver. Sentía que me desnudaba con la mirada, que se estaba enterando de todo de mí, pero también era fácil ver quién era él. — ¿A quién le importa ver la vida de un gato?— pensé un poco burlón. —Tampoco me importa saber de tu vida. —Me dijo soberbio. De pronto nos sorprendió un ruido seco. Un pájaro se estrelló contra el ventanal. El volteó a ver como caía en la marquesina el pájaro aturdido por el golpe. —Ja ja Perdiste. —Dije. —Es trampa, tengo hambre. —Tenías ventaja, yo no sabía que los gatos hicieran lo que tú haces. —Con desprecio dijo —Ustedes nada saben. Dando un salto, bajó del órgano y trepando la sillería se acercó al ventanal saliendo por un cristal roto en busca del pájaro herido. Confundido, salí del salón, bajé las escaleras tan rápido como pude, al llegar al último escalón choqué con un fraile que estaba barriendo el claustro del convento. Sorprendido me grito —¿Niño, qué hacías ahí arriba? —No me detuve, seguí caminando rápido, casi corriendo, voltee a verlo y me gritó —Se llama Profundus. —Y dejó escapar una leve sonrisa.

Gitano